¿Qué valor práctico tiene la filosofía?
La pregunta por el
valor práctico de la filosofía es la pregunta por el valor práctico de
hacerse preguntas en un mundo que ofrece sólo -al contrario de lo que se
piensa- respuestas. El mundo mismo, de hecho, tal y como está
configurado, es una respuesta compleja que se anticipa a preguntas que
aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer. Pienso en el mundo
llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas ante
nuestros ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del
sol, respuesta atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas
preguntas. Pero pienso también en el universo social, una membranosa
red de respuestas articuladas en la que ponemos el pie cada mañana
sabiendo bien qué es lo que tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué
manera saludar, a quién respetar y, más importante aún, de dónde
proceden nuestros medios de subsistencia. Una sociedad es un correoso
conjunto de respuestas por cuyos corredores nos movemos con más o menos
facilidad, pero dando por supuesto que no hay otro orden posible y sin
hacernos, por tanto, demasiadas preguntas. La respuesta es, en cada
momento y todo el rato, precisamente Todo.
No todas las
preguntas son filosóficas, es verdad, pero las que no lo son no son
verdaderas preguntas. La pregunta del enamorado que aún no sabe si la
amada lo aceptará, no es una pregunta filosófica, aunque sí lo es la
pregunta sobre el amor mismo; tampoco es filosófica la pregunta de un
trabajador que no sabe si el banco le concederá un crédito, pero sí lo
es la pregunta sobre el trabajo mismo. Sólo el preguntar sobre el mundo
-natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico. ¿Y las
respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir
que no hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las
preguntas filosóficas son respuestas -según el caso- científicas,
antropológicas, religiosas, políticas. La filosofía pregunta y responden
las distintas disciplinas, las teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar
nunca el espacio de la filosofía para seguir preguntando.
¿En
qué sentido se puede atribuir un valor práctico a una pregunta
filosófica? ¿Para qué sirve preguntar? Básicamente para debilitar el
mundo. ¿Y para qué puede servir debilitar el mundo? Para introducir
permanentemente en él la idea de la muerte -la natural y la social- y
con ella la diferencia entre lo remediable y lo irremediable.
Preguntarse sobre el amor es preguntarse por la posibilidad misma de
eternizarse como cuerpo mortal; preguntarse por el trabajo es
preguntarse por la posibilidad de introducir un orden distinto de
reproducción de los cuerpos (y de la mortalidad). Un mundo debilitado es
un mundo en el que sé lo que soy (“conócete a ti mismo”) y sé lo que
puedo hacer (“cambiar lo remediable”). Un mundo en el que soy débil, y
en el que por tanto necesito compañía; y un mundo en el que soy fuerte, y
en el que me dispongo para la acción.
Ninguna pregunta
filosófica lleva por sí misma a la intervención en el mundo; pero ningún
mundo puede experimentar un cambio sin una pregunta filosófica. Porque
la pregunta última, al margen de la filosofía, es la que lo decide todo:
¿queremos cambiarlo o no?
Santiago Alba Rico
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=146949
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